EL MUNDO
Lunes, 17 de diciembre de 2007. Año: XVIII. Numero: 6574.
ÚLTIMA
EN LA COLUMNA DE UMBRAL / Y 100
'Amado mío'
MARIA ESPAÑA
Es la canción de Gilda que tú cantabas y que yo ahora te canto. «Amado mío/ te quiero tanto/ no sabes cuánto/ ni lo sabrás». Pero sí lo sabías. Claro que lo sabíamos. Por eso hemos estado juntos tantos años, desde nuestra adolescencia, y mis manos han sido tus manos cuando el pulso te fallaba a la hora de escribir y tenías que dictarme la columna. El ordenador no es para un pulso inseguro, ni siquiera tu Olivetti. He escrito muchas columnas al dictado. Esta, ay, será la última, pero no dictada por ti.
En estos momentos los recuerdos se mezclan, se confunden. Estabas en el paseo Recoletos de Valladolid cuando nos conocimos, cursaba yo quinto o sexto de bachillerato y enseguida te vi entre los demás, distinto, tan alto, tan delgado, rubio, con unas hermosas manos de pianista o de escritor más bien. Eso pensaba yo entonces y aquellas miradas del principio iniciaron una larga historia, esa que, ya digo, ha durado tanto tiempo y que tú cuentas, como sólo tú podías hacerlo, en un libro que pronto verá la luz, Carta a mi mujer. Ahora yo también estoy intentando enviarte una carta.
Amado mío, te quiero tanto. Volvías a la canción una y otra vez. Vimos juntos Gilda cuando se estrenó en España. Valladolid. Una sala de provincias. Juntos recuperamos la película muchas veces después. Rita Hayworth fue para tantos el ideal de belleza: tan femenina, espectacular, temperamental, moviendo el pelo hacia atrás en aquella escena que tanto te gustaba...
El cine nos marcó, y la literatura, claro. No puedo evitar recordarte leyendo. Cuánto leías; poesía y ensayo, sobre todo. Me pedías mis libros y con ellos hiciste el bachillerato sin exámenes. En nuestros primeros paseos ya comentábamos tus proyectos y sueños de escritor. Me hablabas mucho de tu madre, una mujer excepcional para aquella época, que te enseñó a distinguir y a amar las buenas lecturas. Yo sí puedo decir que siempre te sentiste muy orgulloso de su valor, su inteligencia, su elegancia y exquisitez. En ella estaba el germen de mucho de lo que tú eras entonces, de lo que llegaste a ser. Amado mío. ¿Qué puedo decirte ahora? Nuestro camino ha estado lleno de alegrías y tristezas. Nadie ha contado como tú la pérdida de un hijo, de nuestro hijo, el sufrimiento que aprendimos a asumir juntos, rescatando los mejores momentos vividos con él, recordando sus dibujos, sus cuadernos, sus primeras letras, sus bufandas. Ahora, yo trato de preservar tu imagen, tus libros, tu sillón, las gafas, la bufanda, que sigue conservando tu olor. Es la mejor manera de seguir adelante.
Amado mío. Yo fui tus manos en los últimos tiempos, como he dicho, cuando ya la Olivetti no te obedecía. Cada día me dictabas la columna y nunca dejó de impresionarme la facilidad con que lo hacías. Ni en los momentos más bajos de la enfermedad te cansaste de la columna, de su sitio en esta página. Te fuiste al hospital con la idea de reanudarla en septiembre. La columna era tu vida.
Amado mío. Te vuelvo a ver en el paseo de Valladolid, tan joven, tan lleno de vitalidad, y también al final, aferrado a mi mano, sin apenas poder hablar, pero creo que dictándome tu columna. Cuántas cosas pasarían entonces por tu mente. Ojalá te marcharas pensando en Rita Hayworth, en su belleza eterna, en su melena al viento. Me tranquiliza esa imagen feliz de tu partida con su canción: «Amado mío/ te quiero tanto/ no sabes cuánto/ ni lo sabrás».
ÚLTIMA
EN LA COLUMNA DE UMBRAL / Y 100
'Amado mío'
MARIA ESPAÑA
Es la canción de Gilda que tú cantabas y que yo ahora te canto. «Amado mío/ te quiero tanto/ no sabes cuánto/ ni lo sabrás». Pero sí lo sabías. Claro que lo sabíamos. Por eso hemos estado juntos tantos años, desde nuestra adolescencia, y mis manos han sido tus manos cuando el pulso te fallaba a la hora de escribir y tenías que dictarme la columna. El ordenador no es para un pulso inseguro, ni siquiera tu Olivetti. He escrito muchas columnas al dictado. Esta, ay, será la última, pero no dictada por ti.
En estos momentos los recuerdos se mezclan, se confunden. Estabas en el paseo Recoletos de Valladolid cuando nos conocimos, cursaba yo quinto o sexto de bachillerato y enseguida te vi entre los demás, distinto, tan alto, tan delgado, rubio, con unas hermosas manos de pianista o de escritor más bien. Eso pensaba yo entonces y aquellas miradas del principio iniciaron una larga historia, esa que, ya digo, ha durado tanto tiempo y que tú cuentas, como sólo tú podías hacerlo, en un libro que pronto verá la luz, Carta a mi mujer. Ahora yo también estoy intentando enviarte una carta.
Amado mío, te quiero tanto. Volvías a la canción una y otra vez. Vimos juntos Gilda cuando se estrenó en España. Valladolid. Una sala de provincias. Juntos recuperamos la película muchas veces después. Rita Hayworth fue para tantos el ideal de belleza: tan femenina, espectacular, temperamental, moviendo el pelo hacia atrás en aquella escena que tanto te gustaba...
El cine nos marcó, y la literatura, claro. No puedo evitar recordarte leyendo. Cuánto leías; poesía y ensayo, sobre todo. Me pedías mis libros y con ellos hiciste el bachillerato sin exámenes. En nuestros primeros paseos ya comentábamos tus proyectos y sueños de escritor. Me hablabas mucho de tu madre, una mujer excepcional para aquella época, que te enseñó a distinguir y a amar las buenas lecturas. Yo sí puedo decir que siempre te sentiste muy orgulloso de su valor, su inteligencia, su elegancia y exquisitez. En ella estaba el germen de mucho de lo que tú eras entonces, de lo que llegaste a ser. Amado mío. ¿Qué puedo decirte ahora? Nuestro camino ha estado lleno de alegrías y tristezas. Nadie ha contado como tú la pérdida de un hijo, de nuestro hijo, el sufrimiento que aprendimos a asumir juntos, rescatando los mejores momentos vividos con él, recordando sus dibujos, sus cuadernos, sus primeras letras, sus bufandas. Ahora, yo trato de preservar tu imagen, tus libros, tu sillón, las gafas, la bufanda, que sigue conservando tu olor. Es la mejor manera de seguir adelante.
Amado mío. Yo fui tus manos en los últimos tiempos, como he dicho, cuando ya la Olivetti no te obedecía. Cada día me dictabas la columna y nunca dejó de impresionarme la facilidad con que lo hacías. Ni en los momentos más bajos de la enfermedad te cansaste de la columna, de su sitio en esta página. Te fuiste al hospital con la idea de reanudarla en septiembre. La columna era tu vida.
Amado mío. Te vuelvo a ver en el paseo de Valladolid, tan joven, tan lleno de vitalidad, y también al final, aferrado a mi mano, sin apenas poder hablar, pero creo que dictándome tu columna. Cuántas cosas pasarían entonces por tu mente. Ojalá te marcharas pensando en Rita Hayworth, en su belleza eterna, en su melena al viento. Me tranquiliza esa imagen feliz de tu partida con su canción: «Amado mío/ te quiero tanto/ no sabes cuánto/ ni lo sabrás».
2 comentarios:
Tierno, lindo... Emociona ¿no?
La verdad, sí que emociona. Es duro perder a un ser querido y resulta admirable saber que hasta el último día Umbral estuvo escribiendo, aunque fuera con otras manos, su columna para El Mundo.
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