sábado, 14 de febrero de 2009

Cuando el ritmo encarrila el pensamiento....

La reflexión que sobre la poesía hace José Luis Pardo en Las reglas del juego (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores. Barcelona, 2004. pp 30-31) me parece conveniente por ser acorde con lo que uno viene como lector percibiendo hace ya tiempo, por ello le agradezco que exprese tan bien lo que es común a muchos de la minoría de la que somos parte, y la trascribo para dejar constancia:


La palabra de los poetas, como es sabido desde antiguo, tiene un secreto parentesco con la música y, a través de ella, con la aritmética. La poesía es un arte de precisión ejercido con palabras sopesadas, medidas, contadas con rigurosa exactitud, de tal modo que el poema logrado es aquel que da la impresión de que no podría ser modificado ni siquiera un acento, ni siquiera un espacio en blanco, sin ser totalmente destruido. Un poema, como una fórmula aritmética, como un aria, es un ejercicio de suprema claridad, es la mejor manera en la que algo puede ser dicho, una forma perfecta y perfectamente cerrada sobre sí misma. Por eso carece de sentido pedirle a un poeta explicaciones sobre lo que significa tal o cual poema: él ya ha encontrado la mejor manera de decirlo, y cualquier intento de decirlo de otra manera conduciría a empeorarlo. Ante esas peticiones de explicaciones no se puede responder sino lo que Rimbaud contestó a su atribulada madre, cuando le preguntaba que había querido decir con Una temporada en el infierno: “Exacta y literalmente lo que dice”. Por eso, también, es tan difícil traducir poesía: como sucede con los teoremas o la melodías, un poema sólo se puede traducir convirtiéndolo en otro poema, del mismo modo que una fórmula matemática se puede expresar en otra fórmula o una pieza musical en otra (variando el tono, la velocidad, los timbres o las distancias entre las notas). En alguna ocasión, el filósofo Fichte se quejaba del plagio; decía, entonces, que nada tenía en contra de que le copiaran sus ideas, porque no eran suyas, pues las ideas son patrimonio universal de la humanidad: lo que le molestaba es que le copiaran su manera de decirlas, que era lo único que le pertenecía. En el caso de la poesía, la manera de decir es el todo de la cuestión, porque se trata en ella de decir algo que en cuanto tal se agota en su manera de ser dicho, que no es sino una manera de decir o de decirse algo. Por eso, la gran poesía sólo puede ser plagiada (repetida), pero no imitada.

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